ESPIRITUALIDAD Y CIENCIAS





25.6.16

Meditación. Parte III. Sensaciones Corporales


El siguiente paso, después de haberte establecido en la postura y de trabajar con la respiración, consiste en abrir tu campo de conciencia o tu atención plena hasta que llegue a incluir todas las energías y sensaciones procedentes de tu cuerpo. Durante la meditación puedes experimentar, en momentos diferentes, una amplia diversidad de sensaciones, como la quietud, la tensión, el bienestar, el picor y, en ocasiones, el dolor. Todas estas sensaciones pueden formar parte de tu meditación, aplicándoles el mismo tipo de atención y respeto que has empezado a desarrollar con la respiración.

Cuando te sientas, tu cuerpo se abre de manera natural. Y a menudo, en esta apertura, adviertes cosas que el ajetreo de la vida te impide ver. No es de extrañar, pues, que al comienzo experimentes sensaciones desconocidas debido al simple hecho de que no estás acostumbrado a sentarte en silencio.

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Más profundamente todavía, en ocasiones experimentarás tensión en los hombros, la mandíbula, la espalda o cualquier otra parte de tu cuerpo. Y la razón de ello es que, cuando nos sentamos y nos quedamos quietos, se ponen de manifiesto las zonas de tensión que vamos acumulando y con las que cargamos durante toda nuestra vida. Por ello, cuando estás sentado experimentando el vaivén de la respiración, puedes sentir súbitamente dolor, calor o tensión en alguna parte del cuerpo. Lo que, en tal caso, debes hacer es permitir que tu cuerpo se abra —independientemente de que la experiencia resulte placentera o dolorosa— y contemplarlo con la misma atención con que, en el ejercicio anterior, contemplabas la respiración. Cuando puedes hacer eso, lo que suceda en tu cuerpo jamás será un problema, sino una curación profunda por más dolorosa que, al comienzo, pueda resultar.

San Francisco, según se dice, ponía la mano sobre la frente fruncida de una persona —o incluso de un animal— con problemas y, con la simple bondad de su contacto, le recordaba su propia belleza interior. Todas las energías que, durante la meditación, afloran en nuestro interior deben ser recibidas —independientemente de que estén asociadas a la tensión, el dolor, el placer o el conflicto— con la misma bondad con que san Francisco posaba la mano sobre la frente de una criatura con problemas.

La práctica meditativa consiste, en este caso, en nombrar internamente cualquier sensación corporal que aparezca durante la meditación como, por ejemplo, «hormigueo, hormigueo, hormigueo» o «tensión, tensión, tensión». Cuando haces esto, abres un espacio en el que esa sensación, sea cual sea, puede expandirse, y adviertes también el modo en que el cuerpo mismo quiere cambiar, fluir y transformarse.

Cuando experimentes, pues, picor, no te rasques de inmediato, sino que di simplemente, en su lugar, «picor, picor, picor». Quizás entonces puedas reconocer, por primera vez en tu vida, el picor, sentir cómo es y, abriéndole el espacio suficiente, dejar que te pique un rato sin rascarte. Y lo mismo podrías hacer con cualquier otra sensación corporal (como frescor, calor, tensión o dolor) que se presente.

Cuando durante la meditación prestes atención a la apertura de tu cuerpo, es importante que no decidas intelectualmente el modo en que supones que debe ser. Tu meditación debe abrirse como lo hace una flor, cada cosa a su debido momento.

Cuando te sientes, descubrirás la posible emergencia de tres tipos de sensaciones dolorosas. La primera de ellas es la señal de que algo va mal, como cuando tu mano siente que está quemándose. Eso pasa normalmente porque tu cuerpo se encuentra en una postura incómoda e insiste en la necesidad de cambiarla. Ésta es una situación bastante infrecuente, pero que, de vez en cuando, puede presentarse.

El segundo tipo de dolor se deriva del hecho de sentarte en una postura desacostumbrada, una experiencia que, en ocasiones, va acompañada de pinchazos, hormigueos y picores en las piernas. Ese tipo de sensaciones suelen presentarse cuando no estamos acostumbrados a sentarnos inmóviles y con las piernas cruzadas. También requiere su tiempo acostumbrarnos a mantener la espalda recta sin ningún tipo de apoyo. En tal caso, podemos seguir sentados para ver cómo son esos pinchazos y picores y dejar que formen parte de nuestra meditación. De este modo, aprenderemos a permanecer sentados en medio de una sensación intensa. Pero, si esto te parece demasiado difícil, cambia un poco la postura y regresa naturalmente a la respiración. Resulta muy útil experimentar con la postura. Si, mientras estás sentado, tienes un dolor de espalda continuo e intenso, acomoda la postura y siéntate mejor. Bastante dolorosa y difícil resulta ya la vida como para añadirle más dolor todavía.

El tercer tipo de dolor —y el más frecuente, por cierto— incluye todas las sensaciones de incomodidad derivadas del hecho de tener un cuerpo. A veces, cuando estás meditando, te duelen los hombros, la mandíbula o el estómago. Y a menudo, cuando tratas de relajarte, esas zonas empiezan a doler porque han permanecido tensas todo el día. Todos tenemos zonas en las que la tensión se acumula y mucha gente ni siquiera se da cuenta de que tiende a apretar en exceso la mandíbula o a tensar desproporcionadamente los hombros. Cada vez que experimentamos estrés o dificultades hay, en nuestro cuerpo, áreas que se tensan de una determinada manera y se bloquean generando tensión y dolor.

Si cuando te sientas prestas atención a estas zonas, permitirás que se abran y se libere incluso la tensión. Pero ello no implica necesariamente la necesidad de desembarazarnos de la tensión. Lo que importa es cobrar conciencia de ella, porque eso supone que estamos empezando a sentir nuestro cuerpo. Es entonces cuando, al cabo de un tiempo, nuestro cuerpo comienza a abrirse solo.

El objetivo no es el de sentarnos a meditar sin dolor. Hay ocasiones en que podemos sentir placer y alegría y otras en las que podemos sentir dolor. La meditación, como la vida, despliega aproximadamente la misma proporción de placer que de dolor. No se trata, en consecuencia, de minimizar el dolor, de ignorarlo, de tratar de eliminarlo o de tratar de escapar de él porque, en tal caso, nos pasaríamos la mitad de la vida huyendo. Resulta mucho más interesante aprender a relacionarnos con todas las experiencias, tanto placenteras como dolorosas, con compasión, entereza, misericordia y comprensión.

Es importante, cuando prestas atención al cuerpo, no centrar la atención pensando en el modo en que deberías sentir, sino en el modo mismo en que la sensación se presenta. Puedes aprender a sentir dolor y darte cuenta de que eso no acabará contigo. Quizás nunca antes habías permitido que el dolor se manifestase. ¿Lo experimentas como picor o como pinchazos? ¿Es muy intenso? ¿Late?

Sin embargo, no debes convertir tu meditación en una lucha contra las sensaciones corporales.

Préstale, pues, si algo se manifiesta, toda la atención que puedas y, si adviertes que se convierte en una lucha, déjalo ir y vuelve a la respiración. Sé consciente durante un rato de la sensación y regresa luego a la respiración. Quizás más adelante puedas volver a la sensación.

Cuando prestas atención a las sensaciones corporales, invariablemente ocurre una de las tres cosas siguientes: desaparecen, permanecen igual o empeoran. Nuestra tarea no consiste en controlar las sensaciones, sino simplemente en quedarnos con ellas y dejar que, después de desfilar por nuestra conciencia, acaben desapareciendo.

Quizás haya liberaciones más poderosas que provoquen sacudidas espontáneas de todo tu cuerpo o de parte de él. Y también puede aparecer la sensación, a veces aterradora, de estar perdiendo el control. Cuando experimentamos normalmente este tipo de sensaciones, nuestra mente empieza a decir que eso no tendría que pasarnos y que no deberíamos perder el control de nuestro cuerpo. Pero en ningún momento, si nos paramos a pensar en ello, nuestro cuerpo está bajo nuestro control. No respiramos a voluntad, sino que es la respiración la que nos sucede y, del mismo modo, los latidos de nuestro corazón y el funcionamiento de nuestro hígado tienen lugar sin el menor control voluntario.

Son muchas las sensaciones corporales que, durante la meditación, vienen y van. Podemos sentirnos tan ligeros como si estuviéramos flotando o tan pesados como si estuviésemos hechos de piedra.

Podemos sentir como si la respiración se desplazase por todo nuestro cuerpo. Podemos sentir escalofríos, sofocos y todo tipo de sensaciones que, en ocasiones, también son placenteras. Hay veces en que es como si tuvieses un cosquilleo o un estremecimiento completamente ajenos a tu control. Y todas esas sensaciones, si no estás habituado a ellas, pueden asustarte.

Las sensaciones físicas son efectos secundarios que se presentan de forma espontánea cuando tu cuerpo empieza a abrirse. Hay quienes prácticamente las desconocen y quienes, por el contrario, las experimentan con mucha frecuencia. Pero lo más importante, no obstante, no son tanto las sensaciones, como la posibilidad de encontrar un lugar en el que puedas establecer contacto con un nivel más profundo de tu ser. Las capas de tensión, miedo, incomodidad y malestar están ahí y las encontrarás, pero forman parte del estrato más superficial de tu vida. Lo importante es que, por debajo de ellos, puedas conectar con una capa de conciencia y con tu Centro, lo que que te fortalece y ayuda a experimentar todos los cambios de tu vida.

También es muy útil saber cómo trabajar con los sonidos durante la meditación, porque son muchas las situaciones intrínsecamente ruidosas. Cuando cobras conciencia de estar escuchando un sonido procedente del entorno, puedes incluir esa sensación en tu conciencia, del mismo modo que prestas atención a las sensaciones corporales. Puedes sentir simplemente el impacto del sonido en tu oreja y decir, si quieres, «escuchar, escuchar, escuchar». Puedes dejar, como hacías con la respiración, que el sonido discurra, como si de una ola se tratara y, cuando pasa, puedes regresar de manera natural a la respiración.

Continuará...

Meditación. Parte I. Introducción y pasos

http://www.espirituyciencia.com/2016/06/meditacion-introduccion-y-pasos.html

Meditación. Parte II. Concentrarse en la Respiración.

http://www.espirituyciencia.com/2016/06/meditacion-parte-ii-concentrarse-en-la.html


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